Hay un salmo precioso que rezamos, mejor, que el
Señor reza en nosotros. El sábado por la mañana me
acerqué cansado y sensible a la oración. El Señor me abrió la puerta de la luz
en el salmo 130.
Señor, mi corazón no es ambicioso,
ni mis ojos altaneros;
no pretendo grandezas
que superan mi capacidad;
sino que acallo y modero mis deseos,
como un niño en brazos de su madre.
ni mis ojos altaneros;
no pretendo grandezas
que superan mi capacidad;
sino que acallo y modero mis deseos,
como un niño en brazos de su madre.
Espere Israel en el Señor
ahora y por siempre.
ahora y por siempre.
Me salió de las entrañas la traducción del salmo según mi situación:
Señor,
no encuentro tus brazos
donde
acallar y moderar mis deseos
por
eso pretendo grandezas
que
superan mi capacidad
por
eso mis ojos son altaneros
y
mi corazón ambicioso
que
me desvive,
me
enroca
y sofoca.
A partir de ahí,
el Señor estos días me has dado claridad en la oración y conciencia.
He seguido persiguiendo
esa palabra: ¿Dónde están esos brazos de madre? He vuelto a poner delante del
Señor las experiencias originantes en relación con mi padre y mi madre.
Hoy he escrito estos
pensamientos y oraciones: La oración no es un encuentro sino una búsqueda cada
día. Jesús está más allá de mis deseos.
Los
brazos de Madre que me acurrucan son mucho más grandes y fuertes que mi pequeño
espíritu.
Tú,
Dios, tienes la llave de mis oscuridades. Abres la puerta y acurrucado y vigilante
está mi temor.
Lo que no
saboreamos en el momento presente se convierte, justamente, en una promesa y el
perfume de aquella fiesta que viene, llega hasta este mismo momento.
En el libro de
la Sabiduría encontré el acomodo de estas oraciones:
La
sabiduría se muestra a los que la desean
El
ansia por conocer es amor;
el
amor guarda los mandatos;
la
custodia de los mandamientos
es garantía de incorruptibilidad;
la
incorruptibilidad acerca a Dios;
por
eso el deseo de la sabiduría conduce al reino (Sb 6, 16-20)
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