sábado, 9 de junio de 2012

237. FÉLIX Y VICENTA


El próximo 11 de Junio, en Los Yébenes, hacen sus bodas de oro matrimoniales desta pareja. Cuando me he enterado he tenido un subidón de recuerdos. La verdad es que según van pasando los años los recuerdos van ocupando más terreno en la conciencia. Los niños tienen la conciencia limpia porque tienen pocos recuerdos. Pero conozco a personas mayores que tienen muchos recuerdos y un corazón limpito, limpito.

Bueno, a lo que iba. Cuando ellos se casaron yo ya estaba en el seminario menor de Toledo. Pero los recuerdos que me provocó su aniversario fueron de antes de ir allí.

La casa del tío Félix (el padre de Félix) era grande y alargada. Por una parte, daba a la plaza del pueblo (allí la tía Cinta, su mujer, tenía una droguería que todavía sigue y lleva su nieta Soledad) y por otra, daba a la calle Perulero (hoy, Ramón y Cajal) donde nací. El tío Félix era herrero y lo recuerdo grande con un mandil oscuro y áspero y las manos y la cara negras de carbón. Con los niños de la calle se llevaba muy bien. Él no era gritón, ni tampoco regañón. Éramos varios: Antonio, Jesús, Jose, Angelito y yo. Luego, nos juntábamos muchas veces con Gregorín de la Barrera y Verónico y Honorio de la Plaza.

Para los nacimientos nos regalaba escorias de la fragua que espolvoreadas de harina hacían unas montañas oscuras muy aparentes.

En la calle había una vaquería, la del tío Leoncio, tenía tres o cuatro vacas y de ellas vendía leche a todo el vecindario. La tía Matilde, su mujer, tenía una tienda de alimentos frente a la vaquería. Luego marcharon a Madrid con sus hijos: Lola, Anastasia, Leoncio y Jesús. Tenía una casa grandísima con dos corrales que casi daba a la Barrera, una plazuela en la calle Morita, subiendo a la Cruz Verde. Por cierto que cuando era más pequeño recuerdo que era posada de muleros.

También en la calle había una carpintería, la de Remigio. Él nos daba todo el serrín que queríamos para el nacimiento, aparte tablas y clavos para hacer carritos.

Recuerdo que Vicenta, venía a bordar casa. El comedor, donde nadie entraba, sólo las visitas, estaba siempre fresquito. La ventana de madera de dos puertas tenía un estor de lana bordado a vainica haciendo cuadros y en ellos, uno sí y otro no, unas estrellas bordadas en azul sobre aquel fondo crudo y un poco amarillento. Allí, Vicenta, bordaba con mi madre que era maestra bordadora. En aquellos años 56-58 recuerdo que estaba bordando en una falda de color negro unos ramos de pequeñas flores de muchos colores. Yo me asomaba alguna vez y me quedaba mirando. Ellas, mi madre y Vicenta, seguían a lo suyo.

Recuerdo que alguna vez pregunté a mi madre si Vicenta no venía a bordar y me dijo que se había casado.

Hoy le pido al Señor por ellos. Tienen una familia grande y querida. Los dos están llenos de achaques así que mi oración es para que el Señor les dé el consuelo y la fortaleza de su Espíritu.

Y a ver si la semana que viene soy fiel al encuentro semanal ¡Que el Señor y la Virgen me los bendigan!

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