domingo, 20 de marzo de 2011

185. EL DESIERTO Y LOS ÁNGELES


Estamos en cuaresma y la Cuaresma cristiana es eso: desierto y ángeles. Es un pack, todo junto.

Comenzó la semana estropeándose el reloj. Una pequeña fatalidad. Se le atascó el minutero. Gasto relojes de bolsillo y tengo que ponerme al día con un reloj de bolsillo digital. Por ahora, tengo que ingeniármelas para saber la hora y para controlar el tiempo. Resulta fácil porque en todos los sitios por donde voy hay relojes. El móvil, para empezar. El reloj del despacho que me regaló la Hna. Puri al hacer veinte años de la residencia de los PP Camilos en Tres Cantos donde ella sueña y trabaja. El reloj de la sacristía que funciona bastante bien aunque al minutero le cuesta subir con garbo desde la media a las enteras. En fin.

Fue un signo. En el desierto no hay relojes. Pero hay ángeles.

Luego el viernes en la noche, al final de un día cansativo, en brasileño, una discusión por teléfono. Me dolía la cabeza. Al otro lado la persona lloraba con angustia,... Tenía razón en lo que le decía pero me pongo muy fuerte de temperamento en algunas ocasiones. Adiós a la fama de paciente y buena gente que algunos me echan.

Hoy la gente ha estado particularmente generosa. Estamos rehaciendo el paso de entrada al templo parroquial y me han acompañado con muchos pequeños donativos.

En el desierto no hay fama que valga. Pero hay ángeles.

El sábado estuve de convivencia con los adolescentes de Confirmación. Fui a rezar a la ermita y allí revisé la billetera porque después pensaba pagar al conductor del autobús. Se ve que me la dejé en el banco. Salí a llamar a los catequistas y a los muchachos. Entramos y un rato de charla y de oración a la Virgen. Al salir, una media hora después, me di cuenta que no llevaba la billetera. Volví al banco donde había estado y no había nada.

Uno de los catequistas jóvenes en la conversación posterior me decía: ¡Qué paciencia tiene usted con los muchachos! ¡Yo habría sacado la espada y me hubiera puesto a cortar cabezas! Recordé a Santiago y a Juan cuando eran jóvenes apóstoles. Este muchacho tendrá unos 23 años. Pero tengo 63 y he ganado en paciencia, en serenidad, en cariño hacia mi gente (Ya veo que el Señor no ha perdido el tiempo con este zoquete).

Hoy fui a cargar gasolina. Mis amigos de la gasolinera me han regalado una tarjeta de cliente preferencial que me rebaja un 4% del precio de lo que ponga, ¡qué maravilla!

En el desierto no hay tarjetas, ni DNIs, ni dinero. Pero hay ángeles.

Me asomo así, un poco más desnudo y el Señor Jesús me mira con ojos de compañero. Su Palabra está en mi mente y en mis labios porque Él la pone y yo t’o p’alante.

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