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Ya sabéis que la vocación no se confunde ni se limita a las tareas, aunque en ellas se comunica.
Quiero decir que a quien Dios le ha dado el ser médico, ese don no se agota en establecer un diagnóstico o extender unas recetas. Son tareas, son expresiones de lo que constituye el ser de la persona. Lo mismo cabe decir de la vocación de madre. Se expresa en hacer la comida, por ejemplo, pero no se limita ahí. Una mujer es madre por vocación y eso no se agota a lo largo de toda la vida, sigue fluyendo y manando siempre.
Pues bien lo mismo ocurre con el poeta. Todo poeta que se precie escribe versos. Ahora bien, ahí no se agota, ¿es que deja de ser poeta cuando no escribe versos? ¿hay tiempo de ser poeta y de ser otra cosa a la vez? ¡Claro que no! Se es poeta como se es pájaro o montaña dorada de azufre en los Andes. Así, sin más.
Es más os diré que conozco a verdaderos poetas que no han publicado nunca sus versos, apenas conocidos por dos o tres amigos más que íntimos. También conozco a algunos otros que escriben y escriben versos y sin embargo, les falta el alma de poeta.
Entonces, ¿qué es ser poeta?
El don de la poesía Dios se lo encomienda a algunos hombres y mujeres para que sean capaces de ver más allá de los demás y para dar a conocer lo que descubren. Es una capacidad inusual de armonía y de belleza que llegan a conocer como reflejo de una gracia que llevan dentro. Por eso, los poetas no sólo escriben versos, sino que hacen poesía mientras viven. Un modo de correr, un modo de observar, un modo de extasiarse, un modo de llevar la fealdad al silencio y descubrir su resplandor.
Hace unos días un buen amigo, me escribía estas letras:
Ya ves, asumo mi limitación y sólo puedo recitar versos ajenos, aunque en este caso no sean ajenos sino próximos y amigos. Me pasa lo de Cervantes con la poesía, que se quejaba a Dios por no haberle otorgado la gracia, y decía:
“Yo que siempre me afano y me desvelo
por parecer que tengo de poeta
los dones que no quiso darme el cielo”.
Tienes que seguir escribiendo.
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