lunes, 18 de abril de 2011

189. LA VIRGEN DE LOS DOLORES


Esta semana pasada se centró en la preparación de la semana santa. En la parroquia hay una devoción filial y extendida entre las mujeres a la Virgen de los Dolores. Por eso, celebramos tres días de preparación a la fiesta de la Virgen.

Este año ante el grupo de mujeres que suele venir me parecía que era importante ponerle palabra al dolor y la fe. De hecho, ese el motivo principal de mirar a la Virgen de los Dolores. Muchas personas que sufren enfermedades, conflictos familiares, soledad y abandono, vienen a rezar. Meditamos y contemplamos tres hechos dolorosos de la Virgen.

La profecía de Simeón es un hecho asombroso. Cuando José y María van al templo a presentar al Niño, aquel sabio anciano le profetiza una vida de dolor. Es el dolor ante el futuro. Sobre todo de toda una vida. Y, sin embargo, una vida la de Jesús que nos dará salvación y paz. Una vida que es luz para las oscuridades del dolor.

El Niño perdido. María y José sufrieron por aquella pérdida sorprendente. Tres días arriba y abajo. Tres días sin dormir. Tres días pasando la vergüenza de haber perdido al Niño. Es el dolor ante los hijos que se pierden. Muchos padres me dicen: Les hemos educado en el bien y en la fe, y ellos no han respondido.

Al pie de la cruz. La culminación de la vía dolorosa. Ver al Hijo muerto y tan desgarrado. Ver a los discípulos huidos. Ver a Jesús entre los malhechores. Sentir la impotencia y la humillación de la muerte en cruz. Es el dolor que desgarra el corazón porque es el dolor de todo un pueblo en su fracaso. Pero es verdad que María estaba de pie junto a la cruz. Y esa es la señal de esperanza en la Virgen María.

Comenzando la semana santa me pongo en las manos de la Virgen María para adentrarme en el camino del dolor de Jesús y de mis hermanos a quienes sirvo.

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