viernes, 26 de junio de 2015

343. EL DIOS BLANCO



La película se llama White God (el dios blanco) y tiene un sentido reivindicativo: al hombre blanco que actúa como si fuera un dios también le llega su hora. No es invulnerable. Un mensaje en el contexto de la inmigración, aunque la historia no trata de eso precisamente.

La cosa comienza porque en una ciudad centro europea el ayuntamiento ha puesto en marcha un decreto por el que los perros de mezcla (los no puros) han de ser llevados a la perrera municipal o bien pagar un impuesto abusivo.

Como sabéis no me gusta contaros las películas porque a mi no me gusta que me las cuenten si es que voy a ir al cine. Por ello, entresaco dos o tres cosas importantes y os las comento.

A las cosas terribles hay que ponerles amor (Rilke).
Y claro que nos llegan las cosas terribles, y claro que reaccionamos ante ellas. Podríamos definir una cosa terrible como aquel hecho que nos hace reaccionar descontroladamente por el miedo y la violencia, la depresión. En la película se cuentan cosas terribles, muy crueles con respecto al trato a los perros de la calle y hay que tener en cuenta el verso de Rilke que figura al inicio de la película, para no desanimarse con tan tremendas barbaries.

Orfeo y la música
La música amansa las fieras es una de esas ideas fuerza que nos vienen de los clásicos griegos de la mano de Erasmo de Rotterdam. Orfeo a quien los dioses habían dotado de una hermosa voz, cuando se ponía a cantar se detenían los animales salvajes, los árboles y los mismos dioses.

Y sí, hoy somos muchos melómanos quienes recurrimos a la música en los malos momentos, especialmente de angustia, de rabia, de frustración.

El ser humano salvaje y el ser humano pacífico.
No me cabe ninguna duda sobre lo que separa a ambos. Es la fe. Quien no tiene fe sucumbe ante las cosas terribles de la vida. No es necesario que se vuelva violento hacia situaciones o personas. Pero se vuelve cínico. El cinismo de muchas gentes es una violencia a medio plazo, retardada, pero igual de destructiva.

Quien tiene fe, puede amar lo más odioso y abominable. No por sí mismo. Hay que luchar contra todo eso. Pero los motivos de su lucha no serán la venganza o el poder, serán el amor a lo divino, según Cristo, sin barreras, ni la de la muerte.

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