El sábado pasado tuve encuentro
de catequistas en Calera y Chozas, pueblo grande de la ribera norte del Tajo
allende Talavera.
Como siempre, el encuentro
entre cristianos fue enriquecedor porque no son nuestras buenas cualidades las
que se ponen en juego sino la fuerza y los dones del Espíritu Santo lo que
irradia vida a lo largo de estas reuniones.
Pero el encuentro no fue con un
catequista.
Cuando era muy pequeño, al poco
de nacer, sus padres decidieron emigrar a Madrid (alrededores de Madrid) y allí
se puede decir que nació de nuevo, creció y tuvo su trabajo y su familia. Hace
dos años se jubiló a los 60 años y goza de suficiente salud. Y ahora viene lo
bueno.
Me contaba que desde niño su
afición a la música había sido constante, pero de igual modo no había podido
dedicarle ni horas ni minutos. Además por su trabajo se encontraba muy
condicionado a procurarse algún instrumento musical.
Pero… todo cambió. Cuando se
jubiló se apuntó a una academia de música. El profesor cuando vio entrar a semejante
alumno no salía de su asombro. En ocho sesiones aprendió los rudimentos del
solfeo.
Se compró un teclado y fue practicando
todos los días. Hoy dirige el coro de su parroquia y en el pueblo toledano
donde nació ha encontrado una maravilla: un órgano precioso mandado hacer hace
unos años. Conoce los registros y se acerca con todo respeto a ese instrumento
que le está dando una nueva dimensión a su vida.
Ya veis, son vocaciones ondas que da el Señor a
sus hijos. En muchas ocasiones las condiciones de pobreza no han dado la
posibilidad de dar cauce a esos dones extraordinarios de Dios. Pero este buen
amigo sin saber pero perseverante ha conseguido lo que parecía imposible: tocar
y disfrutar de la oración en un órgano holandés de tubos de mediados del siglo
XX. Gracias a Dios
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