lunes, 2 de febrero de 2015

331. MÚSICA DORMIDA


El sábado pasado tuve encuentro de catequistas en Calera y Chozas, pueblo grande de la ribera norte del Tajo allende Talavera.
Como siempre, el encuentro entre cristianos fue enriquecedor porque no son nuestras buenas cualidades las que se ponen en juego sino la fuerza y los dones del Espíritu Santo lo que irradia vida a lo largo de estas reuniones.
Pero el encuentro no fue con un catequista.
Cuando era muy pequeño, al poco de nacer, sus padres decidieron emigrar a Madrid (alrededores de Madrid) y allí se puede decir que nació de nuevo, creció y tuvo su trabajo y su familia. Hace dos años se jubiló a los 60 años y goza de suficiente salud. Y ahora viene lo bueno.
Me contaba que desde niño su afición a la música había sido constante, pero de igual modo no había podido dedicarle ni horas ni minutos. Además por su trabajo se encontraba muy condicionado a procurarse algún instrumento musical.
Pero… todo cambió. Cuando se jubiló se apuntó a una academia de música. El profesor cuando vio entrar a semejante alumno no salía de su asombro. En ocho sesiones aprendió los rudimentos del solfeo.
Se compró un teclado y fue practicando todos los días. Hoy dirige el coro de su parroquia y en el pueblo toledano donde nació ha encontrado una maravilla: un órgano precioso mandado hacer hace unos años. Conoce los registros y se acerca con todo respeto a ese instrumento que le está dando una nueva dimensión a su vida.
Ya veis, son vocaciones ondas que da el Señor a sus hijos. En muchas ocasiones las condiciones de pobreza no han dado la posibilidad de dar cauce a esos dones extraordinarios de Dios. Pero este buen amigo sin saber pero perseverante ha conseguido lo que parecía imposible: tocar y disfrutar de la oración en un órgano holandés de tubos de mediados del siglo XX. Gracias a Dios

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