Hace
una semana el Papa visitó como hacían los apóstoles, las Iglesias. Esta vez fue
a oriente a Sri Lanka y Filipinas.
En
Filipinas ocurrió un hecho conmovedor. Una niña de doce años Glyzelle Palomar
leyó su testimonio pero no pudo acabar, llorando terminó con su pregunta: ¿Por
qué sufren los niños?
El
Papa Francisco apartó las hojas de las palabras que iba a dirigir a los jóvenes
congregados en la universidad santo Tomás de Aquino y dijo lo siguiente (leedlo
despacio, creo que es la esencia del Evangelio de la compasión de Jesús. Algún
periodista lo ha llamado, teología de las
lágrimas):
(…) Quiero
transmitirles el amor y las esperanzas que la Iglesia tiene puestas en ustedes. Y quiero
animarlos, como cristianos ciudadanos de este país, a que se entreguen con
pasión y sinceridad a la gran tarea de la renovación de su sociedad y ayuden a
construir un mundo mejor.
Doy las gracias de modo especial a los
jóvenes que me han dirigido las palabras de bienvenida, Jun Chura, Leandro
Santos II y Rikki Macolor. Muchas gracias.
Y la pequeña representación de las mujeres
(Glyzelle Palomar). (…) Presten ustedes atención, ella (Gyzelle), hoy ha hecho
la única pregunta que no tiene respuesta y no le alcanzaron las palabras,
necesitó decirlas con lágrimas. Así que cuando venga el próximo Papa a Manila,
que haya más mujeres (…).
La gran pregunta para todos “¿Por qué
sufren los niños?”. Recién cuando el corazón alcanza a hacerse la pregunta y a
llorar, podemos entender algo.
Existe una compasión mundana que no nos
sirve para nada. Vos hablaste algo de eso. Una compasión que a lo más nos lleva
a meter la mano al bolsillo y dar una moneda. Si Cristo hubiera tenido esa
compasión, hubiera pasado, curado a tres o cuatro y se hubiera vuelto al Padre.
Solamente cuando Cristo lloró y fue capaz de llorar, entendió nuestros dramas.
Queridos chicos y chicas, al mundo de hoy
le falta llorar. Lloran los marginados, lloran aquellos que son dejados de
lado, lloran los despreciados; pero aquellos que llevamos una vida más o menos sin necesidades, no
sabemos llorar. Solamente ciertas realidades de la vida se ven con los ojos
limpios por las lágrimas.
Los invito a que cada uno se pregunte: ¿Yo
aprendí a llorar? ¿yo aprendí a llorar cuando veo a un niño con hambre, un niño
drogado en la calle, un niño que no tiene casa, un niño abandonado, un niño
abusado, un niño usado por una sociedad como esclavo?
O mi llanto, es ese llanto caprichoso de
aquel que llora porque le gustaría tener algo más. Y esto es lo primero que yo
quisiera decirles: Aprendamos a llorar, como ella nos enseñó hoy. No olvidemos
este testimonio. La gran pregunta “por qué sufren los niños” la hizo llorando.
Y la gran respuesta que podemos hacer todos nosotros es aprender a llorar.
Jesús en el Evangelio lloró, lloró por el
amigo muerto, lloró en su corazón por esa familia que había perdido a su hija, lloró en
su corazón cuando vio a esa pobre viuda que llevaba a enterrar a su hijo, lloró
y se conmovió en su corazón cuando vio a la multitud como ovejas sin pastor. Si
vos no aprendés a llorar, no sos un buen cristiano. Y este es un desafío (...). 250115
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