domingo, 25 de enero de 2015

330. CON LOS POBRES EN FILIPINAS



Hace una semana el Papa visitó como hacían los apóstoles, las Iglesias. Esta vez fue a oriente a Sri Lanka y Filipinas.

En Filipinas ocurrió un hecho conmovedor. Una niña de doce años Glyzelle Palomar leyó su testimonio pero no pudo acabar, llorando terminó con su pregunta: ¿Por qué sufren los niños?

El Papa Francisco apartó las hojas de las palabras que iba a dirigir a los jóvenes congregados en la universidad santo Tomás de Aquino y dijo lo siguiente (leedlo despacio, creo que es la esencia del Evangelio de la compasión de Jesús. Algún periodista lo ha llamado, teología de las lágrimas):

(…) Quiero transmitirles el amor y las esperanzas que la Iglesia tiene puestas en ustedes. Y quiero animarlos, como cristianos ciudadanos de este país, a que se entreguen con pasión y sinceridad a la gran tarea de la renovación de su sociedad y ayuden a construir un mundo mejor.
Doy las gracias de modo especial a los jóvenes que me han dirigido las palabras de bienvenida, Jun Chura, Leandro Santos II y Rikki Macolor. Muchas gracias.
Y la pequeña representación de las mujeres (Glyzelle Palomar). (…) Presten ustedes atención, ella (Gyzelle), hoy ha hecho la única pregunta que no tiene respuesta y no le alcanzaron las palabras, necesitó decirlas con lágrimas. Así que cuando venga el próximo Papa a Manila, que haya más mujeres (…).
La gran pregunta para todos “¿Por qué sufren los niños?”. Recién cuando el corazón alcanza a hacerse la pregunta y a llorar, podemos entender algo.
Existe una compasión mundana que no nos sirve para nada. Vos hablaste algo de eso. Una compasión que a lo más nos lleva a meter la mano al bolsillo y dar una moneda. Si Cristo hubiera tenido esa compasión, hubiera pasado, curado a tres o cuatro y se hubiera vuelto al Padre. Solamente cuando Cristo lloró y fue capaz de llorar, entendió nuestros dramas.
Queridos chicos y chicas, al mundo de hoy le falta llorar. Lloran los marginados, lloran aquellos que son dejados de lado, lloran los despreciados; pero aquellos que llevamos una vida más o menos sin necesidades, no sabemos llorar. Solamente ciertas realidades de la vida se ven con los ojos limpios por las lágrimas.
Los invito a que cada uno se pregunte: ¿Yo aprendí a llorar? ¿yo aprendí a llorar cuando veo a un niño con hambre, un niño drogado en la calle, un niño que no tiene casa, un niño abandonado, un niño abusado, un niño usado por una sociedad como esclavo?
O mi llanto, es ese llanto caprichoso de aquel que llora porque le gustaría tener algo más. Y esto es lo primero que yo quisiera decirles: Aprendamos a llorar, como ella nos enseñó hoy. No olvidemos este testimonio. La gran pregunta “por qué sufren los niños” la hizo llorando. Y la gran respuesta que podemos hacer todos nosotros es aprender a llorar.

Jesús en el Evangelio lloró, lloró por el amigo muerto, lloró en su corazón por esa familia que había perdido a su hija, lloró en su corazón cuando vio a esa pobre viuda que llevaba a enterrar a su hijo, lloró y se conmovió en su corazón cuando vio a la multitud como ovejas sin pastor. Si vos no aprendés a llorar, no sos un buen cristiano. Y este es un desafío (...). 250115

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