domingo, 18 de enero de 2015

329. ¡HASTA LUEGO, PEPO!



El sábado estuve en Mejorada. Encuentro de chavales de 9 a 12 años. Una fiesta singular. Me di el gusto de un paseo por el campo de encinas. Una hora andando despacio, saboreando por los caminos de tierra esponjada.

Por la tarde, sobre las 5, comenzaron a llegar los animales para la bendición en el día de san Antón. Los bueyes uncidos al yugo de la carreta mansos y pesados, la piel brillante en la tarde de sol. El bueyero con su vara sobre el yugo conduciendo. Hacía muchos años que no veía esta faena.

Los burritos color café con leche. Los perros de todas razas y colores. Algunos con miedo. La señora tortuga, los pequeños jilgueros en su jaula, algún gato que no dejada de mirar la jaula. Pero… este año no estaba Pepo.

Pepo era un labrador, de once años. Su amo me decía que era de casa, que no molestaba, que era afectuoso y fiel, que lo sacaban de paseo y la gente le saludaba, que sólo le faltaba hablar.

Hace meses comenzó un artrosis paralizante en las patas traseras y ya no podía caminar, no podía subir los escalones y se caía. Tenía azúcar en la sangre a unos niveles mortales, no veía y había perdido el sentido de la orientación, no retenía la orina y comenzaba a estar sordo.

La familia de acuerdo con el veterinario acordaron sacrificarle porque el siguiente paso era quedarse en el suelo inmóvil y llevar una vida prácticamente vegetal. Hacía dos días que lo habían sacrificado. Sus cenizas quedaron en la fosa que prescribe la ley.

Su amo me decía que no pensaba tener otro perro que lo había pasado muy mal. La gente cuando lo saludaba le decía que sabía lo de Pepo y que lo sentía.

Pepo se fue con san Antón, los guarritos y los pájaros y está junto a Jesús creador de las estrellas y de los ríos. Se ha convertido en un brote de vida nueva en la otra orilla, la del Cielo ¡hasta luego, Pepo! 

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