Ese verano he ido con cierta frecuencia a un monasterio del Císter para
hacer un par de días de retiro: San Pedro de Cardeña. Aquí os voy contando
impresiones y transmitiendo mensajes.
A media voz. Llama la atención la forma de cantar a media voz
o a voz sin forzar, que tienen los monjes. Si lo piensas un poco te darás
cuenta que ellos pasan varias horas al día cantando y sería imposible trabajo
si lo hicieran forzando la voz. He echado un cálculo y vienen siendo entre tres
horas y media y cuatro… todos los días, entre las cinco de la mañana que
empieza la oración y las diez de la noche que termina.
A la vez que tiene un efecto terapéutico sobre las cuerdas vocales tiene
otros aspectos importantes. Al no forzar la voz, puedes modular mejor, aunque
las melodías son en extremo sencillas. Al no forzar la voz, das un modelo a los
demás que se acercan a cantar. Es más, invita a cantar aún más bajo al que
participa para oír bien el canto de los monjes y no extraviarse. Al no forzar
la voz, se produce un efecto muy hermoso en la iglesia gótica cisterciense:
parece que las voces vienen de allá lejos, de los cimientos y se elevan como
lucecitas hasta las bóvedas más altas.
Pero todo eso es posible porque cantan al unísono: todos a una o a dos
coros, siempre en grupo, guiados por el salmista o el antifonista.
Al quite. La organización de la vida monástica es ejemplar
(aunque si se descuidan un poco caen en el puntillismo): para cada tarea hay un
responsable que la ha de llevar a cabo sin dependencias. Pero me he fijado que
los demás están al quite. Es una
fórmula de colaboración estupenda porque en el fondo se trata de tener como
propia la tarea de todos aunque respetando el modo de hacer de dada uno. Claro
está el modo de hacer debe ser sin muchas excepciones o personalismos porque
las tareas son muy precisas y además afectan al común. Y no solo eso, sino que
son intercambiables. La tarea que hoy te toca a ti, por ejemplo portero, le
puede tocar a otro monje durante otra temporada.
Sombras blancas. Uno de los momentos más conseguidos en la vida
del monasterio es el Oficio de Completas.
O sea, la oración comunitaria antes de dormir. Hay una procesión de entrada y
otra de salida con el mismo orden. Primero, va el abad, luego, el prior. Y
luego, los demás monjes por orden de edad. Todos en fila detrás del abad. Es
muy hermoso porque es el abad el que va guiando en la noche a la comunidad, con
cautela, con firmeza, con orientación.
La Iglesia gótica clara, en penumbra. Se oye un rumor de la tela gruesa de
las cogullas producido por el movimiento de los monjes que caminan sin hacer
ruido. No se oye ni una pisada. Esta procesión que viene de atrás de la iglesia
y llega hasta los sitiales del coro al final del ábside es de una profunda
belleza por su expresividad muy sencilla. Sombras blancas avanzan en silencio,
se nos acercan en fila, llegan hasta el coro y con profunda reverencia despiden
el día en presencia del Señor y con su perdón y bendición.
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