El martes pasado fallecía el P. Miguel Pajares víctima del virus del ébola.
Y, claro, mártir de Jesús.
Lo que pasa es que así como hay mártires de Cristo a causa de la
persecución, la castidad, la caridad o la justicia, bien podríamos abrir un
libro de mártires de la pobreza.
El misionero es consciente que puede morir y lo sabe. Y lo acepta como signo
definitivo de su amor a Cristo y a los pobres. Puede pasar o no, pero lo sabe.
Más aún el P. Miguel que ya por mayo sabía que el mal estaba dentro del
hospital y no contaban con ayudas. Y llegaba y llegaba gente enferma.
Un hermano del P. Miguel en La Iglesuela, decía estos días, que él era primero para los demás y luego
para él, que siempre había sido así. Eso es saber que en medio del trabajo
pastoral o de la ayuda humanitaria te puede llegar la muerte y aceptarla con
valor y con gozo, entregándose a la misión encomendada.
Hace unos años murió un misionero ejemplar, el P. Domingo Moraleda,
claretiano. La muerte se cruzó en su camino en Manila, donde llevaba muchos
años, en un pequeño autobús de esos que van a tope por las carreteras de las
ciudades pobres. Él también sabía que podía morir y se ofreció a sí mismo por
los demás.
La sangre derramada de los mártires baja a las raíces de la historia y
produce fruto abundante.
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