viernes, 12 de diciembre de 2014

325. EL ABUELO Y LA NIÑA


Juan Diego contaba con 55 años cuando recibió la visita de la Virgen Morena del Tepeyac. Los diálogos que mantienen entre ellos son conmovedores. En los años que estuve en México los leí una y otra vez y aprendía de la devoción a la Virgen de Guadalupe de este indio azteca.

Corría el año 1531 y se había apaciguado la guerra entre aztecas y españoles. Fue el momento cuando el Señor en su sabiduría envió a la Virgen María a las gentes del nuevo mundo, para anunciarles el Evangelio a través de una relación personal entre Ella la Madre de Dios, y uno de aquellas gentes de los pueblos latinoamericanos.

A mi entender se verifica en estas apariciones la pedagogía de Dios que utiliza nuestras rutinas, nuestras grietas, nuestros desgarrones para colarse en el corazón de la gente.

Mis hermanos de latinoamérica entienden a Dios desde la maternidad de la Virgen María (y a mí eso, no me extraña nada) desde el ser Padre-Madre de Dios, como decía san Juan Pablo II en la basílica de Guadalupe.

Y lo que es conmovedor es ese diálogo entre el indio, ya abuelete y la jovencita Madre Morena (no morena por mexicana, sino morena por palestina, claro). Ella le llama con diminutivos: Juanito, hijo mío. Él también: mi Niña, mi Muchachita. Creo yo que al ver el rostro juvenil de esta madre cercana aquel san Juan Diego Cuautlatoatzin (águila que habla) no le quedaba otra sino aclamarle con esa oración: Mi Niña Hermosa.

Aprendí de Juan Diego a decirle a la Virgen: mi Muchachita morena, mi niña querida, Virgencita del Tepeyac, Madrecita de Dios. Amén.

No hay comentarios: