A las 7:30 de la mañana salgo a caminar, más o menos 3 kilómetros. Muy
feliz. La mañana que amanece, el sol que comienza a subir, los pájaros por
todos lados cantando y... los olores.
A cincuenta metros de la casa esta la panadería. Muchos días ya ha
terminado el horno y ha dejado de circular el ventilador. Es un olor a pan
reciente muy denso en toda la calle. Me provoca recuerdos de niño. Me recuerda
a Jesús partiendo el pan en Emaús. Es un olor gustoso (quiere meterse en la
boca y paladear) pero sobresale la harina tostada, la costra del pan bien
tostado en el horno. Es el momento en que el pan hecho traslada al ambiente ese
vaho de vida y apetito.
El otro día un olor nuevo y muy intenso, un poco más arriba (se sube una
cuesta muy leve), estaba abierta de par en par el portón metálico de un corralón.
Dentro estaba el tractor arando el terreno. Se veía que lo destinaban a sembrar
forraje para los animales. El tractor desgarraba la costra tierna de la tierra
húmeda y a la vez cortaba la hierba, de tal modo que el olor penetrante de la
hierba y el otro más opaco de la tierra formaban una sensación de tranquilidad
y calma muy agradables para el caminante. Si tuviera que pintar este olor lo
haría de ocre y azul-gris.
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