lunes, 5 de mayo de 2014

305. OLORES



A las 7:30 de la mañana salgo a caminar, más o menos 3 kilómetros. Muy feliz. La mañana que amanece, el sol que comienza a subir, los pájaros por todos lados cantando y... los olores.

A cincuenta metros de la casa esta la panadería. Muchos días ya ha terminado el horno y ha dejado de circular el ventilador. Es un olor a pan reciente muy denso en toda la calle. Me provoca recuerdos de niño. Me recuerda a Jesús partiendo el pan en Emaús. Es un olor gustoso (quiere meterse en la boca y paladear) pero sobresale la harina tostada, la costra del pan bien tostado en el horno. Es el momento en que el pan hecho traslada al ambiente ese vaho de vida y apetito.

El otro día un olor nuevo y muy intenso, un poco más arriba (se sube una cuesta muy leve), estaba abierta de par en par el portón metálico de un corralón. Dentro estaba el tractor arando el terreno. Se veía que lo destinaban a sembrar forraje para los animales. El tractor desgarraba la costra tierna de la tierra húmeda y a la vez cortaba la hierba, de tal modo que el olor penetrante de la hierba y el otro más opaco de la tierra formaban una sensación de tranquilidad y calma muy agradables para el caminante. Si tuviera que pintar este olor lo haría de ocre y azul-gris.

Cuando llego al parque, estos días está la reina amarilla: la retama. Tiene unas flores carnosas, estiradas y elegantes. Se ofrece a la vera del camino y diluye en la brisa un olor dulzón sin empalagar, como si fuera una campanilla de bronce pequeña y algo grave. Quizá sin la retama estos días no hubiera terminado el camino porque las rodillas a veces se quejan y lo pesado de las piernas ¡Feliz caminata!

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