domingo, 14 de noviembre de 2010

168. SANDALIO


La semana pasada murió este hombre de bien. Un hombre justo como dijo Fernando, que presidió la concelebración en el funeral por su fallecimiento.

Al recordarlo venían a mi memoria cantidad de recuerdos de mi infancia, adolescencia y juventud, ligados a la parroquia y al párroco y a los seminaristas y a Sandalio.

Uno de los primeros recuerdos es cuando él era sacristán de la parroquia y un servidor monaguillo.

En aquel tiempo (Los Yébenes, 1956-1960) los monaguillos sabían latín. No es una frase hecha, es que era así. Por de pronto la misa se decía en latín y las respuestas, en latín, las decía el monaguillo.

Pero eran los funerales los que acaparaban los latines. Sandalio en el coro tocando el armonio (creo que era del propio del órgano de tubos de la iglesia que quedó destruido en nuestra guerra de 1936), y cantando. En el presbiterio el sacerdote y los monaguillos cantando y respondiendo, sentados en un banco de madera, antiguo, bastante incómodo para un niño, que estaba junto a la lámpara del Santísimo.

En los funerales se cantaban las laudes de difuntos. Así que ya os cuento la imaginación que el Señor tenía que echarle para entender los latines de los monaguillos. No así del sacerdote, claro está, ni del sacristán que había estado bastantes años en el seminario y sabía latines y además tenía buen oído y buena voz.

Os diré que en aquel tiempo los monaguillos tenían su importancia en el pueblo y cuando había funeral y entierro el párroco mandaba decir al maestro que necesitaba a algún monaguillo y el maestro, en mi caso D. Toribio, le dejaba ir.

No sigo con los recuerdos, todos buenos de estas relaciones con Sandalio.

Pero sí quiero consignar algunas cosas. La primera, la responsabilidad de Sandalio. Si se comprometía a alguna cosa la cumplía pasase lo que pasase. Quizá por eso tenía fama de serio y, a lo mejor, un poco gruñón. Más bien, le recuerdo metido en su silencio cuando veía que los que le rodeaban incluido el sacerdote no respondía al compromiso que tenían en su vida. Por eso era un hombre de fiar.

La segunda, es el respeto que guardaba. En muchas ocasiones he estado con él, también en fiestas, excursiones y días de campo. No recuerdo, ni una vez que se pusiera a criticar a alguien. Aquí hay que entonar una alabanza a quien estuvo siempre vinculado con la parroquia en varios quehaceres y sabía de gentes y cosas y muchas veces el ambiente era de crítica y chismes. No creo que haya alguien que le haya oído a Sandalio ir con chismes de acá para allá. Por eso, era un hombre de fiar.

Pero sobre todo, era un hombre de fe. Aprendió a pelear con Dios como reflejo de una confianza y una aceptación absoluta de Dios en la vida. No sé si le salieron los planes que él deseaba y quería. Pero sí sé que siempre se conformó a la voluntad de Dios. La última vez que hablé con él en su casa fue sobre la fe y solo sobre la fe. De cómo veía a Dios, de cómo se sentía ante Dios de cómo confiaba en Dios. Por ser un hombre de fe, sé que Sandalio era un hombre de fiar ¡Bendito sea Dios!

1 comentario:

Anónimo dijo...

ahora mismo estoy agregando este website a mis favoritos. muy buena info.