Las veces que tengo oportunidad de llevar la Reconciliación y las Comunión
a mis hermanos mayores, salgo verdaderamente evangelizado. Las historias que me
cuentan de sus vidas son retazos de lo que Dios hace en la vida de sus hijos
aun sin que nosotros lo sepamos.
Cuando ellos me cuentan sus historias, salta enseguida la interpretación de
fe. Otras veces ellos no lo saben y el sacerdote, testigo de la fe, sabe
interpretar correctamente que es cosa de Dios.
Os contaré dos historias.
La abuela me enseña la foto del último nieto: Oscar Felipe. Un nieto muy
especial. Los papás tienen ya cinco hijos con éste (algunos adoptados) y a éste
lo adoptaron como hijo propio. Celebraron el Bautismo el día de la Inmaculada. Este niño nació en un lugar de nuestra España y
la madre lo abandonó en el hospital, firmando que no quería hacerse cargo de él.
Ni sus hermanos ni abuelos se acercaron una sola vez a verle. Al cabo de un
tiempo el niño pasó a la casa de acogida de la región. Creció casi, casi... ¡sin
saber comer ni beber...! Es un niño precioso pero anda un tanto atrasado para
su edad por lo que os acabo de decir. Quizá alguno de vosotros se extrañe, pero
estas cosas suceden en nuestro país. El caso es que los papás lo cuidan y lo
llenan de cariño con sus hermanos y hermanas ¡Bendito sea Dios que ama a los
pobres!
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Hace unos años llegó la comunión de una de las nietas de Mariano. Él se
encontraba en el hospital entubado a causa de dolencias graves de pulmón y
respiración. Después de solicitarlo encarecidamente, los médicos le dieron un
permiso de 12 horas para que asistiera a la celebración. Fue un día familiar esplendoroso en la alegría y bendición intensas. Esas ocasiones muy intensas que el Señor nos concede en esta vida, que como sabéis es pasajera
y frágil. El abuelo no era muy de Iglesia y le costaba todo esto. Pero se
decidió y confesó sus pecados y comulgó.
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